Ya no se que hacer,
esta mente dispara de
mis emociones
a la hora de sonreír,
esa musa, compañera,
se esconde,
en el momento de ser
feliz.
Pero qué dilema,
maldita sea,
en el que esta dichosa
pudo encerrarme.
Si ser feliz es el
precio de perderle
¿Cómo ser feliz sin mi
musa,
y porqué sufrir para
cogerle?
Soportarme pues, en
momentos difíciles,
liberar mi llanto en
la agonía,
curarme del pecado de
amar pudo
y en un intento
fallido
logró enseñarme la
alegría.
¿Y cómo es que ahora
me abandona?
Será que la malévola
ha de hacerme reclamar la injusticia
de caminar entre las
sombras con los ojos humedecidos
y los pies descalzos
sobre espinas de rosas.
¿Será pues, que
cumplió su misión tan poderosa
de arrancarme de la
tragedia
y bañarme en la dicha
de una vida esplendorosa?
¡Pero qué tontería!
Si vivir sin mi musa
yo no puedo,
aquella que me llena
el vacío
con su peculiar
belleza
cuan hermosura
sobrepasa incluso
a la esplendorosa
silueta de una mujer desnuda.
Pues esa ha de ser mi
musa,
mi sentido de vivencia,
el rayo de luz que mis
ojos contemplan
entre las nubes grises
que en la ciudad atormentan.
Alma de mi alma,
espíritu de mi
esencia,
No me dejes sola
pues a la felicidad
renuncio por tu presencia.
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